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Entre florentinos, hortensias, aves del paraíso, colibríes, azulejos, guacharacas y grillos vive Emperatriz Calle Uribe, una mujer de alma campesina y la primera zootecnista del país. Tras pasar un exigente examen de admisión y una entrevista, más estricta aún, en 1964 ingresó a la Universidad Nacional de Colombia para engrosar la segunda cohorte de la naciente carrera de Zootecnia, era la única dama entre 12 estudiantes.

“¿Por qué a una mujer se le va a ocurrir entrar en esta carrera que es de hombres?”, esa fue una de las preguntas que durante la entrevista le hizo el profesor Francisco Villegas. “Y yo le dije, mire, tenemos una diferencia de criterios porque yo pienso que esta carrera también es de mujeres; usted va al campo y quién cuida las gallinas, ordeña las vacas, cuida los cerdos… las señoras, o dónde quedan las campesinas”, con la determinación de esa respuesta Emperatriz convenció a su entrevistador y empezó su vida universitaria.

Cuando se graduó, en febrero de 1969, esta amante del campo y la naturaleza empezó a trabajar en la compañía de fabricación de alimentos para animales Solla; sin embargo, su destino estaba vinculado a la academia. La Universidad de Antioquia, donde también la Zootecnia era un pregrado incipiente, le propuso formarse como docente y poner sus conocimientos al servicio de la institución.

Emperatriz Calle Uribe viajó a México para formarse en Mejoramiento Genético en la Escuela Nacional de Agricultura, hoy Universidad Autónoma Chapingo. En ese país también dio el primero de muchos pasos para las estudiantes latinoamericanas; de cuenta suya y de otras pioneras, la Escuela permitió el acceso de las señoritas a las residencias universitarias que, para ese entonces (inicios de los 70), solo estaban habilitadas para los varones.

“Cuando llegué me alojé en una casa de familia en un pueblito que quedaba a unos 20 minutos de la universidad, porque en el campus había residencias estudiantiles pero eran solamente para los hombres, entonces resulta que la biblioteca abría 24 horas y muchas veces nos quedábamos estudiando hasta las 12 o una de la madrugada y a esas horas nos teníamos que ir. La cosa fue que mi compañera Margarita Ochoa y yo le empezamos a echar el cuento al maestro Fidel Márquez: ‘nosotras, mujeres solas, en la calle a esas horas estamos corriendo un riesgo enorme’, eso le decíamos y cómo le parece que con ayuda del profesor logramos esa apertura en la universidad”, cuenta Emperatriz tras hacer un llamado a sus memorias.

Empezó como profesora en la Universidad de Antioquia hacia 1974, una de las épocas más convulsionadas de la universidad pública en el país. Le dio clase a guerrilleros y revolucionarios, algunos de sus estudiantes optaron por la vida en el monte, sin embargo nunca tuvo una confrontación con ninguno de ellos. Sería por mi tamaño, dice, que reflejaba mucha autoridad.

“Yo adoré la docencia, sencillamente me encantó, fue gratificante desde todo punto de vista. Yo no sabía que iba a ser buena profesora pero cuando me llamaron de la Universidad de Antioquia para que me formara como docente quedé maravillada y durante esos años fui muy feliz”. Con sus estudiantes compartió la vida, les transmitió sus valores, les dio consejos y los formó en su línea de especialidad: mejoramiento genético en animales. A propósito, uno de sus grandes aportes al área fue la implementación de la tecnología en las fincas ganaderas.

Emperatriz reconoce que su vida fue siempre la academia y la recuerda con cariño. A la U.N., su alma máter, le debe su formación profesional y a la U. de A., su segunda casa, el ejercicio de su profesión. Sin embargo, de aquellos días, cuando recorría feliz el camino de palmeras que la conducía al estanque de lotos junto al cafetín donde se tomaba un tinto con sus compañeros antes de entrar a clase, solo quedan los recuerdos. Hace 17 años descolgó los títulos, los diplomas y la bata de profesora, desde entonces su vínculo con la universidad se reduce a recuerdos. Ella abrió un camino que ahora les toca a otros continuar.

“Desde que me jubilé no tengo contacto con la academia, uno tiene que aprender a desaprender y yo fui pero hoy soy otra persona, ya no soy la profesora ni la académica; les dejé el espacio a otros”, comenta entre sonrisas Emperatriz que ahora dedica su vida al croché, a las plantas y al bien merecido descanso del que disfruta junto a sus hermanos Aydee y César Augusto en Maziruma, el pequeño rincón entre la tierra y el cielo que comparten hace siete años.

 

Cortesia Unimedios sede Medellín.